domingo, 26 de enero de 2014

Jordi Vázquez Acosta es un chico del siglo XXI y es tenor.

Quedo con él una soleada mañana de invierno en un precioso bar de estilo modernista en Barcelona.
Cuando entro en el local, lo encuentro tocando una bella melodía al piano. Comparto con él la bonita impresión que me ha causado y me cuenta que no ha recibido ni una sola clase de piano en su vida.
Tomando un café con Jordi me doy cuenta de que mi idea de lo que es un tenor es totalmente errónea. Ideales como los clásicos, que hoy nos parecen personajes absolutamente inaccesibles, no se parecen en nada a lo que es ser cantante, y concretamente tenor, en los tiempos en los que vivimos. 
Una vez terminado mi café con leche me intereso por cómo logró conocer su vocación. Me comenta que surgió inesperadamente. Siempre había tenido una gran admiración por la música clásica, pero jamás imaginó que podría llegar a ser formalmente su vocación.
Antes de que eso sucediese, y después de terminar sus estudios, Jordi realizó trabajos de diversa índole hasta que un día, tras ser descubierto su don musical, acabó recibiendo sus primeras clases de canto en la Komische Oper de Berlín.
Después de esta grata experiencia regresó a Barcelona donde siguió interesándose por el aprendizaje de esta bonita profesión. Fue recomendado irse a estudiar con un profesor a Nueva York y de allí se dirigió a Salt Lake City, en Utah, donde aprendería mucho más sobre el arte de la música.
Aunque era consciente de que perseguía un sueño un tanto intangible, Jordi se fue con las maletas llenas de ilusión. Una ilusión que se va paulatinamente desvaneciendo cuando se encuentra con la dura realidad del momento en nuestro país.

Para el barcelonés su don vocal no es suficiente, debe buscar sus propios bolos junto a su amigo y pianista, Claudio Suzín, con tal de tener un sueldo asegurado.
La primera pregunta que me viene a la mente después de tan breve pero intensa compresión de su vida es, precisamente, en qué dedica un tenor su tiempo libre. La respuesta me sorprende de forma muy grata: estudiar. Y es que deben renovarse, saberse letras en gran variedad de idiomas y, además, entender qué están diciendo con tal de ser capaces de poder expresar y transmitir el verdadero trasfondo de las canciones.
Personalmente cree que le queda mucho por aprender. Me cuenta que los músicos estudian toda la vida.
Sin embargo, quiere disfrutar al máximo de la experiencia e intenta no obsesionarse demasiado con el conocimiento absoluto. Es más aprender para adquirir nuevos conceptos y, además, disfrutar de los mismos.

Siendo tenor me comenta que no solamente cantan ópera clásica, sino que a veces, también con Claudio, hacen repertorios de tangos y otros estilos musicales muy diversos a lo que se escuchan en las  salas de concierto.
Me sorprende alegremente que tengan ciclos musicales organizados dedicados a la literatura y me atrapa con un proyecto dedicado de forma exclusiva a los grandes autores literarios españoles como Quevedo, Lope de Vega y, el conocidísimo, Federico García Lorca, entre muchos otros.
Me intereso también por la relación entre cantante y pianista. El tenor me comenta que en este momento están explorando distintas facetas del repertorio de cámara, un territorio musical que no ha explorado tanto hasta el momento y ha encontrado en Claudio Suzín un gran compañero con quien compartir la belleza de la música. Admira de él su musicalidad y su relevancia en el escenario, puesto que al ser un gran pianista le da la sensación de que no canta nunca solo.
El trabajo en equipo es importante, pero ambos deben cuidar muy bien todos los detalles por su parte antes de salir a escena.

Mi última pregunta a Jordi es qué piensa él de su forma de hacer música y qué le sugiere el mundo de la música actual.
Tras esta pregunta sus bellas palabras me conmueven y no puedo hacer más que transcribirlas literalmente como él las pronunció:
“En mi caso la música es una vocación tardía, pero no quiere decir que no sea una vocación fuerte. Me resulta difícil hablar de música sin ser cursi, así que suelo intentar reducirlo a un argumento que me parece lógico: la música, por lo menos el tipo de música que me gusta a mí, es cara de hacer y de consumir y podríamos decir que no ‘sirve’ para nada, pero nunca muere del todo. No creo que sea casual. Nos gusta el arte. Nos gusta la música porque reconforta encontrar algo humano tan divino”.
Y tras estas bellas palabras no pude dar más que las gracias a Jordi y aprendí ese día que el arte de la música es el arte de las personas para las personas y que un tenor es transmisor de una felicidad impalpable, pero duradera.


Ojala esta profesión no deje de existir jamás.  

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