Quedo
con él una soleada mañana de invierno en un precioso bar de estilo modernista
en Barcelona.
Cuando
entro en el local, lo encuentro tocando una bella melodía al piano. Comparto
con él la bonita impresión que me ha causado y me cuenta que no ha recibido ni
una sola clase de piano en su vida.
Tomando
un café con Jordi me doy cuenta de que mi idea de lo que es un tenor es
totalmente errónea. Ideales como los clásicos, que hoy nos parecen personajes
absolutamente inaccesibles, no se parecen en nada a lo que es ser cantante, y
concretamente tenor, en los tiempos en los que vivimos.
Una vez terminado
mi café con leche me intereso por cómo logró conocer su vocación. Me comenta
que surgió inesperadamente. Siempre había tenido una gran admiración por la
música clásica, pero jamás imaginó que podría llegar a ser formalmente su
vocación.
Antes de que eso
sucediese, y después de terminar sus estudios, Jordi realizó trabajos de
diversa índole hasta que un día, tras ser descubierto su don musical, acabó recibiendo
sus primeras clases de canto en la Komische
Oper de Berlín.
Después de esta
grata experiencia regresó a Barcelona donde siguió interesándose por el
aprendizaje de esta bonita profesión. Fue recomendado irse a estudiar con un
profesor a Nueva York y de allí se dirigió a Salt Lake City, en Utah, donde
aprendería mucho más sobre el arte de la música.
Aunque era
consciente de que perseguía un sueño un tanto intangible, Jordi se fue con las
maletas llenas de ilusión. Una ilusión que se va paulatinamente desvaneciendo
cuando se encuentra con la dura realidad del momento en nuestro país.
Para
el barcelonés su don vocal no es suficiente, debe buscar sus propios bolos
junto a su amigo y pianista, Claudio Suzín, con tal de tener un sueldo
asegurado.
La
primera pregunta que me viene a la mente después de tan breve pero intensa
compresión de su vida es, precisamente, en qué dedica un tenor su tiempo libre.
La respuesta me sorprende de forma muy grata: estudiar. Y es que deben
renovarse, saberse letras en gran variedad de idiomas y, además, entender qué
están diciendo con tal de ser capaces de poder expresar y transmitir el
verdadero trasfondo de las canciones.
Personalmente
cree que le queda mucho por aprender. Me cuenta que los músicos estudian toda
la vida.
Sin
embargo, quiere disfrutar al máximo de la experiencia e intenta no obsesionarse
demasiado con el conocimiento absoluto. Es más aprender para adquirir nuevos
conceptos y, además, disfrutar de los mismos.
Siendo
tenor me comenta que no solamente cantan ópera clásica, sino que a veces, también con Claudio, hacen repertorios de tangos y otros estilos musicales muy
diversos a lo que se escuchan en las salas
de concierto.
Me
sorprende alegremente que tengan ciclos musicales organizados dedicados a la
literatura y me atrapa con un proyecto dedicado de forma exclusiva a los
grandes autores literarios españoles como Quevedo, Lope de Vega y, el
conocidísimo, Federico García Lorca, entre muchos otros.
Me
intereso también por la relación entre cantante y pianista. El tenor me comenta
que en este momento están explorando distintas facetas del repertorio de
cámara, un territorio musical que no ha explorado tanto hasta el momento y ha
encontrado en Claudio Suzín un gran compañero con quien compartir la belleza de
la música. Admira de él su musicalidad y su relevancia en el escenario, puesto
que al ser un gran pianista le da la sensación de que no canta nunca solo.
El
trabajo en equipo es importante, pero ambos deben cuidar muy bien todos los
detalles por su parte antes de salir a escena.
Mi
última pregunta a Jordi es qué piensa él de su forma de hacer música y qué le
sugiere el mundo de la música actual.
Tras
esta pregunta sus bellas palabras me conmueven y no puedo hacer más que
transcribirlas literalmente como él las pronunció:
“En
mi caso la música es una vocación tardía, pero no quiere decir que no sea una
vocación fuerte. Me resulta difícil hablar de música sin ser cursi, así que
suelo intentar reducirlo a un argumento que me parece lógico: la música, por lo
menos el tipo de música que me gusta a mí, es cara de hacer y de consumir y
podríamos decir que no ‘sirve’ para nada, pero nunca muere del todo. No creo
que sea casual. Nos gusta el arte. Nos gusta la música porque reconforta
encontrar algo humano tan divino”.
Y
tras estas bellas palabras no pude dar más que las gracias a Jordi y aprendí
ese día que el arte de la música es el arte de las personas para las personas y
que un tenor es transmisor de una felicidad impalpable, pero duradera.
Ojala
esta profesión no deje de existir jamás.
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